domingo, 9 de abril de 2017

Las religiones tradicionales africanas: algunas claves generales

Por: Pietro Viktor Carracedo Ahumada
Correo electrónico: pietrocarracedo@gmail.com

 Máscara africana de la región de Lulua, en Congo. Brooklyn Museum. 
Incluso a día de hoy, son las religiones del libro y aquellas culturas que formaron parte del pasado del mundo occidental las que reciben más atención. La reivindicación indígena y cultural de distintas comunidades ha logrado avances importantes para evitar el desconocimiento global, pero debemos preguntarnos si esta ignorancia es propiciada a voluntad de las sociedades modernas o si realmente contienen algún componente que impide que lleguemos a poder estudiarlas al mismo nivel. Aceptando que sea un poco de ambas, fijémonos en las dificultades que entrañan estas religiones, consecuentemente menos analizadas. Es el caso de la religión africana, mejor dicho, religiones, pues cada etnia, tribu, poblado o familia tiene una serie de creencias y rituales bien diferenciados.  He aquí uno de los problemas, la falta de aparente unidad a nivel cultural, y, por tanto, de una clasificación de divinidades, mitologías y actos clasificables a la manera habitual de los estudios modernos, unido a una mayoritaria ausencia de textos, que sumen en la ignorancia de un patrimonio cultural que, a su vez, debe ser divisible por cada grupo.
Marcel Cardaire (1954) hablaba de la religión africana como una “religión de la tierra”, pues la naturaleza y el mundo tienen casi más peso en su cultura que el propio hombre. Sin embargo, muy pocas narraciones extraordinarias se preocupan de la creación del mundo como tal, sino que empiezan con la aparición del hombre, a veces modelado de arcilla, según los dogón de Mali, otras veces surgido de cañas o plantas, en Mozambique, y otras, la divinidad los crea o “los vomita”, como la serpiente-dios a los primeros hombres – espíritus, identificados con el sol y la luna, los cuales a su vez engendraron a los hombres que abandonan el tiempo mítico y comienzan el tiempo histórico, en el relato de los vendas de Limpopo. 
Éstos antepasados míticos no eran ya divinos, pero sí tenían ciertas características especiales, entre ellas la androginia – pues consideran que la dualidad es el equilibrio – y la inmortalidad, perdida por distintos motivos: los bassas de Camerún cuentan que la divinidad Lolomb advirtió a los hombres de no dormir, pues la muerte se abría paso a través del sueño, pero éstos no soportaron las fatigas y al acostarse por primera vez la muerte entró en el mundo. Los masais de Kenia y Tanzania cuentan que  en verdad Dios reveló a un hombre sabio, Le-eyo, las palabras sagradas para evitar la muerte, y le ordenó que las pronunciase al primer difunto de su tribu. Un niño de un conocido lejano murió y Le-eyo desobedeció la orden de la divinidad, de modo que cuando murió otro niño, ésta vez su propio hijo,  y pronunció las palabras, éstas ya no tuvieron efecto.  En otras ocasiones, la divinidad efectúa una creación más manual, como a la que acostumbramos en nuestras culturas, dando vida a plantas, animales y hombres, y colocándolos en la tierra, la cual abandonará cuando descubra que su última creación, los humanos, no son precisamente perfectos. Según los bessé de Costa de Marfil, fueron los hombres quienes optaron por distanciarse de Dios para ser más libres. Dios envió entonces un camaleón con el mensaje de que tras la muerte habría resurrección y un lagarto con el mensaje de que los hombres serían mortales, pero el lagarto llegó antes y los hombres sólo recibieron la noticia fatídica de su mortalidad. Sobre la situación de estos antepasados respecto a la divinidad, las versiones van desde una vida feliz y libre de sufrimientos a una esclavitud de la que era necesario escapar.
La primera creación de los hombres suele ser fallida. Por ejemplo, los awkas, pigmeos de Gabón, explican que la divinidad modeló varios humanos de distintas arcillas, más claras y más oscuras, los repartió por la tierra y les ordenó vivir allí. Pero la última estatua, la suya, le había quedado más pequeña, y para compensar esto les otorgó otros dones como la fuerza y la astucia. Otras veces la unión sexual de la divinidad con la tierra fue defectuosa y por ello los seres terrestres acarrean imperfecciones. También Dios puede decidir abandonar su creación por otros quehaceres mayores. Este distanciamiento de Dios es, por una parte, necesario, pues los africanos consideran que una divinidad “humana” es absurda, pues se encontraría atada a la necesidad, pero por la otra entraña la dificultad de contactar con ella, por lo que se recurre a los intermediarios, los demiurgos o los propios antepasados a los que Dios les dio la misión de dar buen fin a la tarea que él dejó incompleta. Éstos adquieren distintas apariencias en su imaginario: desde tener la piel blanca, el color del más allá, a ser genios[1] culpables de posesiones, pasando por seres monstruosos[2]. Sus misiones consisten en terminar al hombre otorgándole sus habilidades, como la música, o ayudarles de manera directa ofreciéndoles dones sólo conocidos por la divinidad, como el fuego y la forja. Por ello los herreros tienen un papel importante en la sociedad africana, en cuanto a su dominio de un poder divino. También son responsables de transmitir o llevar a cabo las peticiones de los humanos, como la lluvia.
Todo acontecimiento celeste y terrestre se encuentra interrelacionado. Por ello no se desestima que una petición o acción de los hombres pueda recibir respuesta del mundo celeste. Pero para ello, hay que desarrollar un lenguaje especial, religioso, que en verdad permita la comunicación con la divinidad.
Las máscaras suelen estar fabricadas con elementos naturales, vegetales y animales, mas no tienen poder por sí mismas. Su función es ocultar la identidad del que ejecuta determinada danza, evitando las posibles consecuencias del contacto con el mundo divino, pues nada recae sobre el individuo.  Lo mismo ocurre en el caso de trajes ceremoniales y maquillaje ritual. El rojo es asociado a la sangre, la vida, las emociones positivas y la realeza. El amarillo tiene igualmente un valor positivo. Verdes y azulados son relacionados con la naturaleza. El blanco es el color del luto, por pertenecer al más allá, y el negro tiene implicaciones positivas como contrario del blanco, pero también negativas como la oscuridad y la incertidumbre. En cuanto a las danzas y el resto de rituales, se suele hablar de “drama”. Esto es así porque a menudo se trata de representaciones religiosas de ciertos mitos o historias simbólicas, en un lenguaje universal para el mundo celeste y el terrestre, si bien se prestan atención a muchísimos detalles numerológicos: por ejemplo en el áfrica occidental, entre los números sagrados, 3 y 4 simbolizan al hombre ya la mujer respectivamente, y su suma, 7, simboliza una pareja y por tanto, una vez más, el mundo divino en su perfección dual. Así, el 8 puede simbolizar una familia, ya que son la pareja y el descendiente, etc. ; gestuales y de movimiento: los círculos indican un ciclo, la vida o el tiempo, a la vez que algo permanente, y un cruce de líneas indica un punto de partida; la izquierda y la derecha, asociadas a lo masculino y lo femenino[3], al este y al oeste o al norte y al sur… y otras muchas abstracciones que sólo tienen significado para aquél que desde su nacimiento ha estado inmerso en una cultura en la que todo tiene un sentido profundo antes que superficial.

La vida religiosa del Hombre Negro

Iniciación juvenil en Malaui, previa a la circuncisión. Por Steve Evans.
Los africanos tienen una consciencia muy fuerte del Yo. La palabra en sí misma implica un conocimiento personal y una relación con el entorno. Pero dentro de esta concepción individual, la concepción de pertenencia a una sociedad es aún más fuerte e importante, de modo que su espíritu es divisible no sólo en su mente y sus sentimientos, o en la vida ofrecida por la divinidad, sino también a otro nivel, indisociable, donde ésta es compartida por la comunidad, y más aún con sus parientes, descendientes, y antepasados.  El nacimiento se concibe como la muerte en el más allá, y la muerte como el nacimiento allí. Un ser humano no está completo hasta que no llega a estos puntos, y el tiempo y espacio preparatorios son la vida en la tierra. Desde el nacimiento, el africano se encuentra dentro de un mundo imbuido en lo numinoso mediante actos religioso y sociales. El propio nombre en ocasiones es asignado al recién nacido atendiendo a qué posible antepasado se haya reencarnado, estableciendo una identificación que guiará el modo de proceder del niño en el futuro. Pero no se tiene exclusivamente este nombre, sino que se puede tener una larga lista de ellos, que hable de parientes, de la tribu, de la situación, de la festividad y sobre todos ellos, hay un nombre secreto. En boca de L.V. Thomas (1975), éste es el que fija los límites de la intimidad. Los nombres son los que otorgan poder sobre las cosas, y por ello este nombre no debe ser revelado. En cuanto a los apellidos, que definen incuestionablemente el carácter de la familia, llevan asociados un mito o historia que marca la forma de ser y el camino que ha de tomar el alma, pues implican también ciertas prohibiciones rituales. El conjunto familiar suele estar asociado a un tótem, equiparando al hombre con cualquier otro animal sobre la tierra, pero también hay un tótem por cada clan o tribu, que más que ofrecerle sus características animales, presenta  una vez más una historia asociada.
Los actos religiosos se desarrollan a la par que la vida de los hombres. Durante algún tiempo, muchos de estos ritos fueron considerados iniciáticos, usando una terminología no demasiado adecuada, basándose exclusivamente en el secretismo, como ocurría en las sociedades antiguas o las sectas modernas.  Además de esto, todo el mundo conoce quién está o no en ciertos ritos, por lo que más que secretos son cerrados a todos aquellos que no tienen la obligación de cumplirlos. En la mentalidad africana, estos ritos de “iniciación” eran más bien entendidos como ritos de pasaje, pues para ellos, uno sólo llega a iniciarse en el camino de la vida, en un continuo esfuerzo por alcanzar la sabiduría[4]. Además, el secretismo es en verdad desconocimiento, por parte aquellos estudiosos de mayoría occidental que no tienen la base cultural ni cultural necesaria a este respecto.  El resto de ritos así entendidos en verdad son considerados de entrada o salida de un grupo social. Véase que éstos coinciden con las etapas importantes de la vida: nacimiento, salida de los dientes, pubertad, matrimonio, nacimiento de un hijo, menopausia (en el caso de las mujeres) y muerte. Estos cambios se simbolizan mediante pruebas o instrucciones de lo que viene a continuación.
En el nacimiento, lo primordial es identificar al antepasado reencarnado y separarlo del mundo de los muertos al que pertenece. En el caso de la dentición, indica el paso de comenzar a pertenecer a la tribu, como un ser pensante y útil para la comunidad.
En la pubertad, la circuncisión o la ablación, cuya función es eliminar lo femenino del hombre, el prepucio, y lo masculino de la mujer, el clítoris, u otras transformaciones del cuerpo, como perforaciones o decoraciones con discos, varias veces evitadas a través de sacrificios simbólicos. Es distinto el caso de los eves, en Togo, pues el paso a la vida adulta se prepara con un retiro donde se les instruye en lo que será su nueva misión en la comunidad y la familia. Cuando se trata de alguien relacionado con la divinidad, al salir del retiro, que a veces se realiza en alguna localización concreta y/o aislada[5], se entiende que ésta ha muerto como “humana” y resucitado con sus plenas capacidades. Una vez allí pueden identificar tanto su vocación como su verdadero nombre, que pueden cambiar, aunque todo siempre bajo la atenta mirada de padres o adivinos, que en realidad limitan estas elecciones a las capacidades o la casta. El caso más difícil es, evidentemente,  ser intermediario de los dioses, pues requiere una preparación exhaustiva a la que muy pocos tiene acceso.
En el caso del matrimonio, se efectúan dramas[6] y fiestas que simulan el intercambio de familia, mas nunca se realiza un corte respecto de la una o la otra, es decir, la mujer, si entra en la familia del marido, no por ello deja de pertenecer a su padre y a su madre, y viceversa en los regímenes matrilineales.  Al nacer un niño, hay un nuevo cambio de grupo social, pues ahora son padres y tienen otras ocupaciones. En la menopausia de la mujer, el caso es el contrario, pero no por ello sus hijos pierden nada: simplemente, han cumplido su misión sagrada de procrear y continuar el linaje. Por este motivo, la esterilidad era uno de los problemas más graves a nivel social, y requería de rituales específicos, regeneradores, de reparación o de curación, como se verá más adelante.
Los funerales implicaban el nacimiento en el más allá, como ya se dijo, pero a la vez,  era un cambio social, pues se pasaba a pertenecer al grupo de los antepasados. Antiguamente los cadáveres no eran enterrados hasta pasados varios meses, como tiempo preparatorio para los vivos y para el difunto. Su retorno sólo se contempla mediante la reencarnación o la posesión, elemento que se analizará en el apartado acerca del esoterismo.
Bailarines Zulúes frente a su poblado. Por Hein Waschefort
En la vida tradicional africana el laicismo es nulo y toda situación tiene su parte sagrada. Aparte de las etapas vitales, son necesarios otros muchos ritos que, a pesar de que en cada poblado tiene una ejecución diferente, son comunes en el conjunto del continente. Los ritos de regeneración son necesarios habida cuenta de la concepción cíclica del tiempo sagrado[7], de modo que cuando ocurre alguna desgracia – guerras, epidemias, sequías… -  se puede  retornar a un punto anterior y positivo, mediante un drama ritual que recree ese momento. Un ejemplo singular es la sustitución de un rey, personaje de cierta importancia religiosa, cuando éste es anciano y ya no puede hacerse cargo de sus responsabilidades, ya sea física o mentalmente. Para imponer un nuevo rey joven, se dramatiza su rejuvenecimiento.  Siempre se tiene en cuenta, no obstante, que el orden y el caos deben perseguirse el uno al otro, y por ello en el tiempo intermedio de la muerte, real o no, de un monarca a su sustitución debe respetarse el vacío y el desorden, las luchas, etc., que pueden surgir, pues esto no hace más que alentar la necesidad de recuperar una figura que instaure orden de nuevo.
Parecidos a estos son los ritos de reparación, que buscan arreglar aquello que rompe el orden cósmico establecido, y que tienen cierta relación, a su vez, con los de curación, ya que la enfermedad interrumpe el curso habitual de la vida. Una parte de estos rituales tienen por objeto solucionar un error cometido por los propios hombres, de ahí la importancia de conocer y respetar las prohibiciones establecidas: siguiendo con el ejemplo del rey, suele ser una figura sagrada y por tanto no debe quedar constancia de sus acciones humanas, por lo que éstas se desarrollan siempre a escondidas. Hay también prohibiciones para el grupo en conjunto, como las que impiden que se tomen ciertos alimentos, por considerarse sagrados o maléficos; injuriar y maldecir, pues no se desestima el poder de la palabra, así como entrometerse en un rito al cual no se está invitado; tabúes sexuales que impiden el contacto entre ciertos grupos sociales o familiares, etc. Para todos estos casos hay prescritos rituales de reparación o purificación, cercanos a los de curación en sus aspectos más mundanos.  Uno debía purificarse, por ejemplo, tras la muerte de algún ser querido, en especial de la pareja, pero también cuando había cometido un error, aunque éste fuese involuntario. Cualquier infracción puede extenderse al conjunto de la comunidad, o al lugar en cuestión donde sucedió, por lo que debe “limpiarse” todo aquello que pueda verse afectado con la máxima presteza. La más común es la purificación por el fuego, el agua y el humo, pero también podían ejecutarse dramas rituales que representasen la no-infracción, como si ésta nunca hubiera llegado a cometerse.
Antes de permitir que una infracción o error, o que llegue la enfermedad o el fallo de la naturaleza, el hombre puede protegerse mediante rituales de protección, que incluyen consagraciones, purificaciones previas, palabras concretas o la imposición de una conciencia respecto del acto a realizar, véase al matar un animal o una planta, tener en cuenta control y respeto, pues se está cubriendo una necesidad y formando parte de un ciclo natural.
Pero no todo puede quedar en manos de los humanos. Por ello son necesarios los sacrificios. La sangre como fluido vital contiene la energía de los seres vivos, su espíritu, y por tanto su parte útil del universo.  Sólo se efectúan sacrificios en ciertos momentos concretos e inevitables, momentos culmen de la necesidad o presencia divina, por ejemplo un cambio de gobernante o la fundación de una nueva ciudad, así como para suplicar a la divinidad en épocas de escasez. Los animales escogidos para este fin varían en cada región, pero se prefiere a los domésticos por considerarlos más cercanos a los humanos, o por estar más humanizados al estar acostumbrados a horarios y tareas propios de éstos. Los gallos son los más escogidos, no sólo por practicidad, dado que es un animal barato de mantener, sino también porque es un animal considerado sagrado por su anuncio de la llegada del día, y  apropiado para la adivinación por su plumaje, sus gestos y sus entrañas. Las ofrendas podían o no acompañar al sacrificio, y estaban destinadas a aplacar las fuerzas divinas o a solicitarles ayuda, de manera más delicada, mediante miel, leche, vino o cereales, en función de la petición. Todos estos procesos eran llevados a cabo por las autoridades competentes de la tribu, normalmente el patriarca o en casos más difíciles los herreros o los curanderos. No había, como tal, sacerdocio fijo. Las mujeres pueden ayudar pero en raras ocasiones, normalmente cuando alguna señal divina indica su elección, llegan a desempeñar tal papel. Los actos rituales, siempre teatralizados, culminaban en el altar, a veces artificial, como una cruz bien dispuesta, o naturales, rocas o tocones poco manipulados.  Bajo estos se sitúan reliquias u otras ofrendas materiales, desde joyas a cráneos. Aparte de estos altares específicos, por ejemplo entre los kissis existían altares personales, que cada cual tenía en la parte trasera de su hogar para poder realizar sus peticiones y justificaciones personales de manera privada tanto a genios o antepasados como a Dios.
Ya para terminar queda por hablar del esoterismo africano. Los africanos distinguen mucho entre magia y brujería, siendo la primera positiva y social, y la segunda hostil y de fines personales perversos. En definitiva, incompatibles, aparentemente, si bien comparten muchas de sus técnicas, pero con finalidades diferenciadas.  El mago actúa a la vista de todos mientras que el brujo lo hace a escondidas.  Mientras que un mago es un ser completo, no así el brujo, que ya en su origen muestra el desequilibrio que viene a traer. A menudo el mago es quien debe identificar si hay algún brujo trastocando el buen curso de una tribu, y lo señala con un poderosos amuleto, normalmente la cola de algún animal.
Dentro de la religión tradicional africana sólo puede entrar la magia. Sus leyes principales guardan similitud con las del resto de culturas, resumiendo, lo semejante afecta a lo semejante: lo negro atrae o aleja nubes negras,  lo que se construye o destruye afecta al propósito que se busca… No todo es tan sencillo, y también la técnica y la actitud influyen en la buena ejecución de los actos mágicos. Volvemos a encontrar aquí el modelo del psicodrama. Dentro de esto que llaman magia, muchos identificarían lo que nosotros llamamos medicina, herbología o psicología, pero la aplicación práctica de magia al entender que una enfermedad puede ser causada por fuerzas divinas debe anular este pensamiento religiocentrista. Muchos optan por llamar a la magia africana, pues, esoterismo, lo oculto, para no caer en estas trampas del pensamiento occidental.
Algunos actos relacionados con la magia son las posesiones, antes mencionadas. En efecto un genio o antepasado puede hablar a través de un individuo humano, a veces llegando al éxtasis temporal, otras, sumergiendo al individuo en la enfermedad o estados catatónicos incurables. A veces son espíritus benéficos y otras maléficos, a los cuales debe expulsarse mediante una serie de exorcismos. Podríamos dividir las posesiones en dos tipos: deseadas y no deseadas. Cuando se desean, no hay sufrimiento, pues el alma humana cede su lugar, pero cuando no se desea y el espíritu irrumpe, el hombre se convierte en la “cabalgadura” o “esposa” del genio, dios o antepasado, que domina sobre el alma humana. Sin embargo, los mensajes que transmite suelen ser lo suficientemente claros. La adivinación también es continua, y no necesariamente  debe ser llevada por un mago. Los magos, al fin y al cabo, han sido escogidos, ya por voluntad y señales divinas, bien por sus dotes y han estudiado con un maestro las técnicas de manera precisa, pero cualquiera puede tener un don particular sin especializarse en él. Algunos de estos adivinos son intérpretes de los poseídos, otros se mueven mediante la geomancia, la gemomancia, la teframancia, la astragalomancia, la zoomancia… Y siempre se desarrollan a la vista de todos, pues de lo contrario, sería un brujo el que obraría[8].También en la manufactura de talismanes y amuletos participa toda la comunidad, para conocer su uso y eficacia.
Tanto para ser mago como para ser brujo se requiere de una iniciación y del aprendizaje bajo un maestro, pero, muestra del sistema patriarcal, se reconoce que las mujeres suelen caer más en la brujería, y que incluso pueden transmitir esos poderes a sus descendientes. Los brujos, además de ese conjuro “genético”, tienen el poder de la bilocación y la metamorfosis, aunque con ciertas restricciones, adaptadas al poblado en que actúan y sus creencias sobre los animales puros, impuros, más o menos humanos, etc. Sus objetivos suelen ser las almas o dobles divinos de aquellos a los que conjuran, los cuales languidecen sin motivo aparente. El brujo “devora” mientras que el mago “alimenta”. No sólo los magos pueden intervenir contra un brujo: si su influencia es devastadora, los sacerdotes pueden llevar a cabo exorcismos y purificaciones, y toda la comunidad puede participar en su identificación y expulsión.
La figura del chamán queda en un estadio semejante al del mago y no son pocos los estudiosos que se han mareado buscando similitudes y diferencias para saber dónde encuadrarlo. Un chamán, por ejemplo, establece una comunicación con la divinidad a voluntad, y cuando vence a fuerzas procedentes de la brujería, se hace más “poderoso”, pues absorbe estas energías. Sus conocimientos, por otra parte, tienen una parte pública pero también misticismo y secretismo que no coinciden siempre con el mago, pese a que su función social es indiscutible. Pero hablar del chamanismo, que no es un ejemplo único de África sino de todas las culturas conocidas, requeriría otro artículo.
Influencias en la religión “tradicional”
Aquí se han podido ver elementos muy generales, pero, por suerte, más o menos compartidos, de las religiones tradicionales africanas. Pero también la palabra “tradicional” debe ser revisada. África, sobre todo en su parte norte, ha sufrido las influencias de otros muchos pueblos a lo largo de su historia, si bien el artículo se ha referido, sobre todo a la llamada África negra.  Stamm (1995) llama a estas influencias “religiones importadas”.
Véase que ya los egipcios habían tenido sus luchas con los pueblos centroafricanos, así como relaciones comerciales hasta la época de los Ptolomeos y la ocupación romana. Estos contactos provocaron ciertas fusiones que dieron lugar a templos dedicados a divinidades egipcias en zonas bastante alejadas, así como otros ritos calcados, como en el caso de los funerarios, con sus pirámides y ricos enterramientos con figuras humanas, servidores del difunto, o las reinas hermanas. Los judíos por su parte también comerciaron con los africanos y de su religión quedan unos pocos vestigios, por ejemplo, en la observación del Sabbat en algunas regiones, o en la conservación de la lengua gueze, con parte semítica. También el cristianismo llegó a África - mucho antes que los colonos europeos lo “impusiesen”- ya en el S. I, y su monacato fue impresionante. Algunas de las creencias extendidas hasta hoy son por ejemplo que el Arca de la Alianza fue entregada a los etíopes porque los judíos no reconocieron al Mesías en la Iglesia Abisinia. El islam se abrió paso muy rápidamente en las zonas de su dominio, quizás por ser el Corán un libro que aúna en uno la religión y la vida social, aunque ha habido grandes divisiones espirituales debidas a los componentes místicos del sufismo, a las hermandades y a los distintos movimientos, como el wahabismo. Parte de los territorios de mayoría islámica y del África subsahariana fueron después convertidos al catolicismo y el protestantismo durante los siglos XVII y XVIII hasta la actualidad. A posteriori se han desarrollado también iglesias mesiánicas, místicas y sectas, que renuevan las creencias tradicionales africanas a través del animismo y el milenarismo, sobre las tres religiones del libro, religiones puntuales como los Testigos de Jehová o la Masonería… y otros cultos que buscan la recuperación total del sentimiento religiosos africano pero no pueden evitar caer en otros elementos conocidos de las demás religiones, o peor aún, en situaciones políticas muy inestables.

Bibliografía

GONZÁLEZ ECHEVARRÍA, A: Invención y castigo del brujo en el África Negra. Serbal, Barcelona, 1984.
MARCO, R: El árbol y la liana. Mundo negro, Madrid, 1992
ROUMEGUERE – EBERHARDT, J: Pensamiento y sociedad africanas, Cahiers de l’home, 1963.
STAMM, A.: Les religions africaines, Presses Universitaires de France, 1995
THOMAS L.V.: La tierra africana y sus religiones. Larousse université, 1975
ZAHAN, D: Religión, espiritualidad y pensamiento africanos, Payot, 1970




[1] Estos “genios” podían ser antropomorfos, fuerzas invisibles o apariencia semejante a la de los genios de oriente.
[2] Los Nommo, según los dogón, una pareja que a partir de la cintura tenían cola de serpiente; los tres genios del río Níger, en Mali: Togofobali, Boli y Sunkutu-Ba, quien por ejemplo tiene cuerpo de serpiente, cuatro patas curvas y cabeza de macho cabrío.
[3] Una vez más, lo dual.
[4] Casi, podría decirse, adquieren una “iluminación”.
[5] Como un santuario, ya sea en un terreno natural o un recinto artificial.
[6] Como el rapto de la novia, común en otras muchas culturas.
[7] Expresión popularizada por Eliade y aceptada por su concreción ritual.
[8] Todas estas prácticas son ejecutables igualmente por los brujos. El nombre que se le da es vudú fa o sikidy.

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